miércoles, 29 de octubre de 2025

El peso del esfuerzo

A veces pienso que la gente no entiende que hay personas que hacen más ruido que yo, y lo hacen con menos. Personas que parecen avanzar a trompicones, con más estruendo, mientras yo me esfuerzo en silencio. No saben que hay quienes pueden ver con claridad a través de sus propios ojos, mientras yo apenas logro usar los míos. Sí, aparecen en mi vida, los veo, y quizá suene extraño decirlo, pero siento que algunos alcanzan logros con el mínimo esfuerzo, como si el mundo se abriera fácilmente ante ellos. Mientras tanto, yo tengo que exigirme, forzarme, casi destruirme para llegar al mismo punto. No sé si los demás comprenden que las cosas son así, que algunos avanzamos con más peso sobre los hombros, no porque lo elijamos, sino porque así nos tocó el camino.

Precisamente en momentos como hoy quisiera dejar todo tirado. Pero sé que no puedo. Y, sin embargo, la única razón que tengo es seguir adelante, aunque a veces ni siquiera exista una razón clara para hacerlo. Es como si avanzar fuera imposible y, al mismo tiempo, inevitable. Cada paso me hace sentir más pequeño frente a un horizonte que no cede.

Quisiera dejar de hacer las cosas por inercia, de seguir moviéndome solo porque toca, sin saber hacia dónde. Quisiera encontrar un impulso, un estado distinto que me saque de este punto donde nada parece encajar. Tenía expectativas, muchas, pero hoy no están. Y eso duele. Duele ver cómo el esfuerzo se desvanece, cómo los planes se deshacen en el aire. Duele mirar alrededor y notar que otros alcanzan lo que yo apenas sueño, sin tanto desgaste, sin tanto sacrificio. Yo intento, a duras penas, vivir sus horas de vida, mantener su ritmo, pero me cuesta el doble.

No estoy loco. Solo cansado. Cansado de remar contra la corriente, de tener que pelear cada pequeño logro, de sentir que todo me cuesta el doble. Espero que algún día no tenga que luchar así para conseguir lo que deseo. Que la vida, al menos por un instante, decida ser un poco más amable conmigo.

viernes, 17 de octubre de 2025

Ayer fue un día extraño

Ayer me ocurrió algo que nunca antes había vivido. Desde temprano, sin saber por qué, me sentía iracundo. Era como si algo dentro de mí se hubiese encendido sin razón aparente. Tenía ganas de discutir, de pelear, de confrontar al mundo. Y lo peor es que lo hice. Me enojé con mis estudiantes, con situaciones mínimas, con detalles que en otro momento habría dejado pasar sin mayor importancia.

Al llegar a casa, el mal genio seguía ahí, persistente, como si se hubiera pegado a la piel. Todo me molestaba. Cualquier cosa, por insignificante que fuera, era suficiente para hacerme estallar. Yo, que suelo ser paciente, ayer no lo era. Si me miraban, mal. Si no lo hacían, peor. Era como si todo a mi alrededor se hubiera convertido en un detonante.

Lo más desconcertante fue sentir cómo ese enojo brotaba desde adentro, como una especie de energía oscura difícil de controlar. No quería hablar con nadie. No quería escuchar a nadie. Solo quería alejarme de todo, mandar el mundo al carajo y quedarme en silencio.

No sé qué lo provocó ni qué significado tuvo, pero fue un día distinto. Extraño. Tal vez el cuerpo o la mente a veces necesitan explotar para recordarnos que también somos humanos, que no siempre podemos con todo, que no siempre tenemos el control.