Fue un momento de alegría, sin duda. Todos aprobaron, defendieron sus proyectos con solidez y obtuvieron excelentes resultados. Pero también fue un momento de despedida. Esta fue mi última jornada en la universidad, el cierre de un ciclo profesional que marcó mi vida. Uniminuto fue la institución que me brindó la oportunidad de convertirme en profesor universitario, y dejar ese espacio no es fácil.
La jornada estuvo además marcada por una noticia desalentadora que recibí esa misma mañana. Uno de los libros que presenté ante la universidad, ya evaluado y aprobado, fue rechazado justo antes de iniciar el proceso de publicación. Oficialmente se atribuyó a razones administrativas, pero no puedo evitar pensar que se trató de una decisión personal. El libro había pasado más de dos años en trámites internos, y al devolvérnoslo, se encontraba desactualizado frente al contexto académico actual. No fue por falta de rigor o de cumplimiento, sino por la falta de gestión oportuna. Resulta frustrante ver cómo un esfuerzo colectivo y comprometido se pierde por causas ajenas a lo académico.
Y sin embargo, mientras esto ocurría, en simultáneo se celebraban las ceremonias de grado de los nuevos egresados. En esa ceremonia, tres de los trabajos dirigidos por mí desde el semillero fueron reconocidos como laureados o meritorios. La gran mayoría de mis estudiantes se graduó. No estuve presente, pero me sentí cerca de ellos.
Me voy de la universidad con sentimientos encontrados. Hay molestia, claro, por cómo se dieron algunas cosas. Pero también hay gratitud. Mucha. Me voy sabiendo que di lo mejor de mí y que recibí experiencias que marcaron mi vida para siempre. El camino sigue, quizá en otros escenarios y con nuevos desafíos. Pero Uniminuto, con todo lo que implicó, ocupará siempre un lugar especial en mi historia.