Quienes me conocen saben que nunca he sido muy amante de los cumpleaños ni de las navidades. En mi casa, nunca hubo recursos para celebrarlos y, cuando tomé conciencia del esfuerzo que hacían mi mamita Rosalba, mi mamá Milena y mi papá Ernesto para darme algo de "Niño Dios" o de cumpleaños, les insistí en que no lo hicieran. Para mí, era más importante estar juntos todos los días.
Con el tiempo, los únicos regalos que recibí fueron los que yo mismo me daba cuando empecé a trabajar. Esa costumbre quedó arraigada en mi casa: no solemos celebrar nada. Últimamente, mi papá se queja mucho de ello porque quiere que tengamos más unión, más comunión entre nosotros tres, especialmente ahora que mi mamita ya no está con nosotros. Este año ha sido especialmente duro, porque falta una parte inmensa de nuestras vidas.
En los últimos tres diciembres, me sentí muy afortunado porque recibí al menos un regalo inesperado: Natalia llegó a mi vida para mostrarme que había cosas que podían ser diferentes. Debo reconocer que ha sido difícil cambiar mi forma de ver muchas cosas; ha sido complicado transformar mi percepción. Pero ella logró que poco a poco me fuera acostumbrando a nuevas experiencias en mi vida.
Esta es nuestra tercera navidad juntos y, aunque me siento muy agradecido, también siento que algo nos falta. Hemos perdido la conexión. Tal vez sea una crisis, o quizá algo más, pero duele, duele en el alma. Este año no solo me faltará mi mamita, sino también ella. A pesar de mis quejas, me gusta compartir con ella y con su amorosa familia.
Así que este año solo me queda decir gracias: gracias por celebrarme dos cumpleaños, gracias por tres navidades, gracias por hacer feliz a mi niño interior. Ese mismo niño interior que hoy es muy feliz dándole a sus dos viejos lo que ellos no pudieron darle a él.
Quiero luchar. Quiero todo, pero contigo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario