Recorriendo la universidad vendiendo sus artículos llamó mi atención por su forma de relacionarse con las personas.
Un tiempo después en una clase particular lo encontré y no se había borrado de mi memoria su rostro, pero fue hasta ese momento cuando me di cuenta; ese chico estaba sentado en la silla de adelante, prestando atención a las clases y disfrutando de la compañía de sus compañeros, fue allí cuando me impactó, ya que a pesar del medio tan soez en el que nos encontrábamos no caía en aquellos comentarios y vulgaridades, me sorprendió;luego de varias clases tuve la oportunidad de cruzar un par de palabras con él lo cual me fue bastante grato, porque ya no sólo lo veía desde lejos, ya podía conversar con él.
Es un chico alto, como lo son los montes inalcanzables para las personas sedentarias y poco arriesgadas,su cabello ondulado y oscuro como la oscuridad de mi habitación en la noche, sus hermosos ojos cafés,sí así como el café cargado que se toma luego de estudiar hasta la madrugada, de esa forma añoro su mirada, sus pestañas que llegan a la luna, crespas y oscuras; ni hablar de su sonrisa, tan cordial y a su vez tan pícara pero con toques de inocencia, como esas que procuran no mentir, si no fuese extraño quedarme viendo su tez blanca y los lunares de su cara lo haría esas cuatro horas que tengo el placer de verle, aunque yo sea una cegatona mi visión mejora cuando lo veo, sí,allí en la silla de adelante.
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